8 de octubre de 2012

Chubascos moderados.




El metro se pierde con un traqueteo en las entrañas de la tierra, y un cartel del andén muestra a una modelo semidesnuda con un eslogan. “Momento de liberarse: Vívelo”.
No daré marcas.

Lunes por la mañana.
La cafetería de la esquina a la salida del subterráneo hiede a tabaco, frituras de primera hora y café. Una mancha de cerveza sobre la única mesa que aún queda libre.
“Momento de emborracharse: Vívelo”
Aún no son ni las nueve. ¿Pero qué clase de asquerosamente sano metabolismo aguanta hasta más allá de las once de la mañana sin una sola gota de alcohol en sangre?
Aquí nadie parece estar viviendo ningún otro momento, aparte de mí. La gente que para a mi alrededor en el local son madrugadores que revolotean breves instantes ante la taza del desayuno.


No hay nada más deprimente en una mañana que promete chubascos moderados que una voz licenciada en la facultad de periodismo saliendo de una radio oculta en algún rincón de la barra.
[<“Vamos con los titulares: En el panorama político nacional...”>]

-¿Puedes apagar eso?
-Es mi única compañía, jefe.
-Bueno, ponme una cerveza.
-Estrella.
-Okey.

[<<...ambas fuerzas políticas están dispuestas a llegar a un acuerdo en este punto...>> ]

Entra un tipo bajito y rechoncho en el bar, abrigado con un chubasquero rojo deshilachado. Parece un preescolar en su primer día cuando mira alrededor buscando un sitio en el que meter el culo. Huele a yogurt rancio cuando se sienta frente a mí en la mesa. Quizás lleve un par de días sin enjabonarse los sobacos.

Le miro por encima del botellín de cristal y la jarra vacía que el camarero deja ante mí. Los ojos del borracho destellan cuando ven caer el euro cincuenta sobre la mancha de cerveza. Sonríe. No puede tener más de treinta y ocho, treinta y nueve; pero aparenta de cincuenta para arriba.

-Buenos días.- saluda sin borrar de su cara aquella sonrisa que arruga sus mejillas como las de un perro viejo, erizadas de barba negra.
-...
-Jeeeeeeh- Dientes opacos de amarillo.
-Igual ni siquiera fue a la universidad.
-¿Quién?
-La locutora.

Desde alguna de las otras mesas, una tos anónima resuena en el bar, por encima de todos los ruidos durante medio segundo, y puedo imaginarme las flemas subiendo y bajando, retorciéndose en sus bronquios como una babosa herida entre las raíces de una planta marchita.

-Menudos hijos de puta.
-¿Quiénes? Disculpe...
-Pues que resulta que voy a los servicios sociales a ver si querían ingresarme mi dinero de este mes.
-El desempleo
-Exacto, el paro. Y van los muy mamones y dicen que ha expirado.
-Vaya, qué pena.
-Y yo estaba esperando por ese dinero. ¿Comprende usted?
-Comprendo perfectamente. Comparto su dolor.
-No me toque los cojones. ¿Me va a pagar una cerveza?
-No.
-Pero usted está bebiendo una.
-Estaba.- Yo ya había terminado la mía. Me levanté y me fui. Sólo un gesto con la cabeza como despedida. Él no dice tampoco nada más.

[<<...mientras no sigan las reuniones sobre el presupuesto...>> ]

El perro con la mirada más triste del reino animal asoma su cabeza al interior, se da media vuelta y se tumba en el escalón de la entrada. Ni se percata de que paso sobre su lomo marrón con una zancada.

-Se habrían extinguido ya si no nos preocupásemos tanto por notar su presencia, y a la vez les despreciásemos con la soberbia de una especie dominante.

El vendedor de lotería, ciego en su taburete en medio de la acera. Contorneándose a su alrededor corrientes de gente que le sortean en su retiro.

-¿Se refiere a los perros?- pregunto encendiendo un cigarrillo.
-Si, si. Los perros. Y también los pollos, y las ovejas, las vacas, los gatos.
-Los animales imprescindibles.
-Y las plagas, las que no se pueden erradicar. Las cucarachas, las moscas, los conejos.
-Bueno, los conejos tienen su encanto...
-...y las especies verdaderamente hermosas se pierden como suspiros. Los tigres, el panda, la cigüeña, el armadillo, el dodo, incluso los burros. No valen para nada, si alguna vez fueron útiles para el hombre, se pierden, se borran, se esfuman como el humo de sus caladas, -trata de señalarme- como un suspiro, repito. ¡Y en un suspiro!
-¿Y qué hay de nosotros?
-Hacemos y deshacemos- dice el ciego.- Aunque no podamos ver, aún reinamos en la tierra y sobre los cielos. Nos levantamos cada mañana para asegurarnos de que así sea, aunque estemos tan acostumbrados a la idea que ni siquiera somos conscientes de ello.

Estamos tan embarrancados en una realidad dada, que no nos planteamos salir de ella... Eso sucede tantas veces como personas han vivido en la Tierra.

-Muy interesante. Deme un número.- Me saco una moneda del bolsillo.
-Diga cuál.
-... – Se amontonan decenas, quizás más de cien papelitos agitados por el viento frío, levemente salpicados de algunas gotas sueltas que empiezan a caer sobre la calle.- El que usted quiera.
-Esto será un euro.-Ni tan siquiera lo miro cuando me lo guardo en el bolsillo.

Y cada vez llueve más. Hasta el punto en que empiezan a verse paraguas y el suelo se oscurece, resbaladizo. Y en mi cabeza suena Django Reinhardt mientras considero la posibilidad de internarme de nuevo bajo tierra, bajo el asfalto, a las entrañas de la civilización. Estoy cansado de verle la cara por hoy, y de oir su voz.

[<<...se seguirán dando chubascos moderados a lo largo de la jornada...>>]





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