13 de junio de 2013

"Era la playa más fea del mundo."

Esta entrada debía haber sido publicada el pasado dia 6 de Junio. Sin embargo, dificultades meteorológicas y falsos informes de un agente infiltrado en nuestro aparato de inteligencia ha retrasado la operación de forma significativa.


Dentro de las barcazas de desembarco, los hombres se apretujaban y se sacudían por el efecto de las olas. Si a eso se le suma el nervio y ansia previos a la batalla, más un contundente desayuno de batalla a base de huevos, tostadas, y café, uno puede hacerse a la idea de con qué estómago habrían de enfrentarse al terrible infierno que les esperaba en las playas.




-Gestando "Overlord".
Durante mucho tiempo, el Alto Mando Aliado había estado preparando aquel día con meticulosidad. Pero si iba a ser difícil la enorme tarea de coordinación y logística inmanentes a una invasión a escala continental, más lo había sido la puesta en común de puntos de vista totalmente divergentes entre las cabezas pensantes de las fuerzas aliadas. Por un lado, los británicos se empeñaban en establecer el principal frente de batalla en África antes de pasar a Europa. El propio Winston Churchill, que veía el Mediterráneo como el escenario clave (planificó el fracasado desembarco en Anzio por parte de una combinación de tropas de los E.E.U.U y británicos)  proyectó la Operación Gymnast como plan de desembarco en el Norte de África (este plan al final se llevaría a cabo como Operación Torch, en 1942). El Primer Ministro Británico luego encontraría más apropiado desembarcar en los Balcanes, a fin de colaborar con los rusos en el frente del este (este otro plan no se llevaría a cabo, aunque sería utilizado como falsa bandera a fin de despistar a los servicios de inteligencia del Reich). Por otra parte, los estadounidenses, como bien se reflejaba en los dilemas del propio Eisenhower, abogaban más por establecer el frente en el extremo oriente: centrado también en una combinación de esfuerzos británico y americano que asegurasen las posiciones en el continente asiático (India, Birmania, Singapur y las Indias Holandesas), se daba por sentado que la victoria sobre Hitler pasaba antes por la derrota militar de Japón (inversamente a lo que ocurriría realmente). Ciertamente, el cariz que las cosas tomaban en el Pacífico iba a ser uno de los elementos que más preocupasen a los estadounidenses, y que les llevaría a preguntarse si una invasión a gran escala en Europa era algo viable y, sobre todo, si tenía garantías de éxito. 

Era difícil que el plan de invadir Europa generase simpatías: los alemanes habían convertido Europa en un terreno favorable para ellos mismos, y heridas como la de Dunkerke aún eran un lastre en la moral del diezmado ejército británico, capaz sin duda de plantar cara en la guerra defensiva, pero mutilado para el ataque directo. La intervención americana en la guerra suponía un alivio en este sentido y una posibilidad de poner las tornas a favor, pero estos tampoco parecían capaces, en principio, de ser una solución real a la hora de lanzarse sobre Europa. Como se ha dicho, su mayor preocupación era el conflicto con Japón, lo que planteaba serios problemas de capacidad logística, ya que apenas contaban con flota suficiente como para mantener controladas las aguas del Pacífico y del Atlántico Norte de forma simultánea, menos aún para asegurar el desembarco de un contingente armado de la envergadura que requería una operación como aquella . Sus anfibios y su fuerza aérea apenas daba a basto en los archipiélagos del Pacífico.

Roundup iba a ser el germen de Overlord, el nombre que finalmente recibiría el desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944. Estaría acompañada de una operación previa, la Bolero, consistente sencillamente en el acantonamiento gradual de fuerzas en las costas inglesas, así como de la Operación Sledgehammer, destinada a desembarcar un determinado número de fuerzas extra en Francia si el frente ruso, en algún momento, se desmoronaba, pero este último punto fue abolido y sustituido por la ya citada operación Torch en África...

Junto a los preparativos de la invasión de Normandía, otras maniobras paralelas serían llevadas a cabo a fin de confundir a los alemanes: operaciones tales como Fortitude (destinada a hacer creer que le desembarco aliado se llevaría a cabo en Calais) o Bodyguard (que presentaba la posibilidad de un desembarco en los Balcanes para crear un frente común con el Ejército Rojo).

Irónicamente y sin saberlo, Alemania había contribuido con un granito de arena a su propia derrota y a la creatividad estratégica de los aliados. Esa contribución involuntaria se llamaba Albert C. Wedemeyer, quien se había licenciado en la misma Kriegsakademie alemana a finales de los años 30, y que ahora usaba el propio método alemán de hacer la guerra contra sus antiguos compatriotas. Wedemeyer abogó, con éxito notable, por una estrategia de rearme a una escala sin precedentes, confiando en la superproducción de material militar en el centro de los países aliados de la misma forma en que lo hacía el Reich.  complementariamente a esto, Wedemeyer también definió la forma que habría de en el propio mapa de batalla, y esta era la de una blitzkrieg, como la que había llevado a los ejércitos nazis a dominar el continente europeo. Overlord tenía que ser una punzada directa y contundente sobre Europa Central;  un disparo al corazón de Alemania.


-"Garbo" y "Fortitude".
"Garbo".
Antes de que se disparara un solo tiro en las playas de Normandía, numerosos efectivos libraban ya una guerra en silencio. Los espías de las naciones implicadas eran una baza fundamental. Siempre lo habían sido a lo largo de la Historia, pero en la Segunda Guerra Mundial dejarían una huella notable. Y en ese legado de la guerra de secretos y contrasecretos, de trampas y enigmas, un nombre destacaría: Garbo, de nombre real, Joan Pujol García, un superviviente de la guerra civil en España que había desarrollado una profunda aversión hacia los totalitarismos y logró establecer una red de contraespionaje al servicio de Gran Bretaña, cuyo mayor éxito consistió en hacer creer que el desembarco aliado se llevaría a cabo en Calais, por parte de un ejército fantasma comandado por Patton (a quien el  Alto Mando Aliado sacrificó en favor de la treta).




La confusión establecida por estas operaciones de distracción dieron su fruto: los alemanes esperaban una intervención aliada en cualquier parte, salvo en Normandía. Cuando se produjo en este punto, siguieron creyendo, gracias al embuste, que se trataba de una maniobra de distracción. El éxito de la Operación Overlord se debió, sin duda, a las tretas de los servicios de inteligencia aliados y a la tendencia del propio Hitler y de algunos de sus mandos de subestimar las posibilidades de cualquier ejército que desembarcase en Francia. Una vez se produjo el desembarco en Normandía, pretendió que había que considerar a los contingentes que desembarcaban y ganaban posiciones de forma vertiginosa en las costas de Francia, no como un ejército de invasión, sino como la última presencia enemiga presente en Europa occidental... cometió el error de llegar a creerse él mismo ese ingenioso eufemismo. 



-El vuelo de las águilas.
 Los paracaidistas serían a la imaginería de esta Segunda guerra lo que los propios pilotos de la aviación lo fueron a la de la Primera. Sobre Francia, los aliados lanzarían a los integrantes de la 82ª y de la 101ª aerostransportadas de los Estados Unidos, así como los de la 6ª y la 1ª del ejército británico.




El objeto de lanzar a  efectivos tras la líneas enemigas la noche antes del Día-D obedecía a un planteamiento estratégico elemental: cortar las rutas de suministro y de refuerzo del enemigo asegurando los caminos y poblaciones cercanos a la costa; en otras palabras, establecer lo que se conoce como una "cabeza de puente". Pero lo imprevisto ocurre... y es muy difícil coordinar un salto de semejante envergadura. Aquellos aviones que no fueron derribados por las defensas antiaéreas, erraron el rumbo o la distancia a la que debían arrojar a sus "paratroopers"; no pocos sufrieron graves lesiones o incluso la muerte al aterrizar sin apenas tiempo para desplegar su paracaídas; otros aparecieron en lugares dispersos, completamente apartados de los lugares en los que teóricamente deberían haber ido a parar. Quizás los que peor parados salieran del salo fueran aquellos que cayeron en medio de la presencia enemiga, como ocurrió en los puentes sobre el Douve, donde los alemanes practicaron el tiro al plato a la luz de un incendio provocado por ellos mismos para delatar la presencia de los hombres que saltaban desde los aviones. Lo mismo ocurrió en Sainte-Mère-Église, donde uno de los paracaidistas, John Steele, sufrió las consecuencias de quedar enganchado accidentalmente a uno de los pináculos de la iglesia y fue hecho prisionero por los alemanes.



Monumento al paracaidista accidentado de Saint-Mère-Église.

Pero no se puede decir que la fase aerotransportada fuese un fracaso. En algunos casos se logró asegurar puntos estratégicos del mapa de batalla o retrasar de forma significativa el avance enemigo, evitando que reforzaran las playas en las zonas críticas del desembarco. En otros, se dio lugar a capítulos de auténtico  heroísmo, como sucediera con un tal sargento Harrison Summers, que tomó, prácticamente solo, -como si se tratase del protagonista de un shooter-, el conjunto de edificaciones rústicas que comprendían la llamada posición WXYZ, una base de artillería alemana que debía ser neutralizada por su regimiento.


-El Muro Atlántico.
Aunque aquella mañana del 6 de junio la atención alemana sobre Normandía era la mínima, la defensa de la costa atlántica en conjunto no se había descuidado. Durante 1942 y 1944, una línea de defensas fortificadas había sido alzada a lo largo de toda la costa atlántica Europea, desde los Pirineos hasta las playas de Escandinavia, si bien algunos puntos gozaban de mayor impenetrabilidad que otros, lo cierto es que los alemanes lo habían hecho a conciencia. En las fechas de la invasión, el encargado de su defensa no era otro que E. Rommel, El Zorro del Desierto. Este se preocupó de dotar a las defensas de una mayor solidez, pero los precipitados preparativos no legarían a tiempo: en Normandía, los cañones pesados no contarían con las defensas de hormigón previstas, y debían contentarse con búnkeres sin techo o zangas en el suelo; además, no eran posiciones móviles.



Una serie de bombardeos, primero de la RAF, en la madrugada del 6 de junio, y luego uno a primera hora de la mañana por parte de los bombardeos de la 8 Fuerza Aérea de los E.E.U.U, destinados a reducir de forma significativa la capacidad defensiva de los alemanes. Pero apenas sirvió de ayuda el despliegue de las mil fortalezas volantes, porque las bombas cayeron tierra adentro y apenas dañaron las posiciones del Muro Atlántico en Normandía, al igual que el bombardeo de "neutralización" disparado por los enormes cañones de largo alcance de la flota estacionada en alta mar.

Lancha de desembarco en "Omaha".
-Las playas.
Omaha fue la playa más difícil de tomar, con un acantilado que la convertía en un reducto impenetrable defendido por la veterana división 352ª de infantería alemana. Costó más de seis mil bajas y algo más de quince mil heridos a los estadounidenses. Juno, en lo que concernía a los canadienses, también fue un hueso duro de roer, defendida con uñas y dientes por la 716ª división. En ella, los canadienses exorcizaron sus fantasmas de el Dieppe, el fracasado desembarco de 1942 que les costó casi un millar de muertos, el doble que a sus aliados británicos.

Canadienses desembarcando en "Juno".

En "Golden Beach", los británicos tuvieron que medrar con las posiciones alemanas atrincheradas en Sin embargo, la 50ª División de Infanteria de Northumbria logró sobrepasar el obstáculo al precio de no pocas bajas, logrando alcanzar, tierra adentro, las afueras de Bayeux en su avance hacia el final del día.

En Pointe-du-Hoc, el batallón Ranger tuvo que superar una pared natural casi vertical de 30 metros que aislaba a las defensas enemigas del fuego de los invasores.

Utah sería, comparativamente, la playa que menos factura pasaría al contingente de los 23000 hombres destinados a tomarla, pero eso que no se lo digan a los 200 hombres que cayeron allí.


Pointe-du-Hoc en la actualidad.

Tras la creación de la cabeza de playa, al fin fue posible establecer un punto desde el que llevar a cabo el grueso de la invasión. Con el establecimiento del Mulberry Harbour británico el día 9 -un muelle prefabricado para asegurar el paso de suministros desde el canal-  los aliados conocerían un avance prácticamente imparable, aunque la suerte aún no estaba echada. La 21 división Panzer trató de romper las lineas entre Utah y Sword, llegando hasta el en su movimiento de penetración, pero el mismo día fueron rechazados por la resistencia de las armas antitanque de la infantería y por la presencia de la aviación aliada.
Como fuera, los aliados aún no habían conseguido todos sus objetivos: en principio, tras la toma de las playas, se había esperado que los efectivos desembarcados tomaran también Bayeux, Caen, St. Lô y Carentan... al final del día 6 estas poblaciones seguían en manos alemanas.
La invasión de Francia había comenzado.







10 de abril de 2013

Dioses, Tumbas y Sabios.



Cuando Kurt Wilhelm Marek (1915-1972) fue apresado por las tropas aliadas en la campaña de Italia y retenido en calidad de prisionero de guerra, se entregó, durante el tiempo que duró su cautiverio, a la lectura de numerosas obras sobre arqueología. Cautivado por lo que aquello le descubriría, se dedicó tras su liberación a la composición de Dioses Tumbas y Sabios, publicado en 1949 con el seudónimo de C. W. Ceram, una obra que sería presentada como "La novela de la Arqueología". Marek/Ceram señalaba en la introducción: 

Este libro ha sido escrito sin ambición científica alguna. Más bien he intentado presentar el objeto de estudio de los investigadores y sabios, en su matiz emocional más íntimo, en sus manifestaciones dramáticas, en su relación hondamente humana. No he podido evitar algunas divagaciones, así como tampoco reflexiones personales y una constante relación con la actualidad. Por eso he hecho un libro que los hombres de ciencia tienen derecho a calificar de "no científico". Pero eso es lo que me propuse hacer, y eso me justifica.

Esta obra es un clásico que supera con creces muchos libros de la misma temática que salen hoy día a la luz, en una época en la que la Arqueología no se encuentra en su mejor momento en cuanto a lo divulgativo, sumida en una relación con un gran público al que gusta de unir las explicaciones más esotéricas y fantasiosas al conocimiento real (como si este ya de  por sí no presentase suficientes estímulos, aunque no tan fáciles de captar para las mentes más simples), mientras las lecturas más serias que se hacen, se hacen a veces a medias tintas. Sin embargo, a Dioses Tumbas y Sabios hay que hacerle algunas concesiones, como a todos los clásicos que, aún envejeciendo bien, quedan lastrados por ciertos valores caducos, o se tambalean en el rigor de algunas afirmaciones; en este caso, más allá de su postura con respecto al colonialismo (un fenómeno que Ceram asume como positivo a grandes rasgos, sin más) y la actitud paternalista con la que se refiere a veces a los "nativos", lo que más choque sea tal vez la falta de ojo crítico con que Ceram asume la existencia del Diluvio o de la Atlántida, si bien en el segundo caso su postura es la de un escepticismo expectante a y que se deriva sin duda de los fantásticos descubrimientos a priori improbables que llenan las páginas de este libro.

Esa misma excitación que Ceram vive a lo largo de toda la aventura que aquí nos describe, se nos transmite poco a poco, en un crescendo que va desde las primeras excavaciones en Pompeya en el S. XVIII, hasta los iniciales pasos de Winckelman y Schliemann. Este último, quizás, sea para Ceram el paradigma de aquellos profanos que, según él, hacen avanzar a veces la rueda de la ciencia y el conocimiento humano gracias a un ímpetu visceral por entender y aprender el mundo más allá de los cauces del academicismo: Schliemann encontró Troya guiado por su intuición y las páginas de Homero en un ejercicio que muchos de sus contemporáneos calificaron al principio de delirante. Fue un descubrimiento nacido de una obsesión infantil y una paciente preparación que le llevó, a lo largo de toda una vida, hasta su meta final, como el Conde de Montecristo o el protagonista el millonario inocente de Vizinzcey.


Heinrich Schliemann. (1822-1890)
Schliemann haría otros descubrimientos de especial relevancia, como el conjunto de ajuares funerarios entre los que se encontraba la llamada Máscara de Agamenón


Sophia Engastromenou Schliemann,
ornamentada con el "Tesoro de Príamo"



Somos también testigos de la laboriosa tarea de Champollion, joven superdotado, por descifrar los jeroglíficos egipcios en una carrera contrarreloj frente a numerosos académicos e intelectuales en toda Europa que trataban de acometer la misma tarea sin éxito alguno. Un problema que no se resolvería hasta el hallazgo de la piedra de Rosetta, después de que los esfuerzos y los constantes fracasos le diezmaran la salud, los bolsillos y casi también su pasión. Todo ello en la turbulenta época del nacimiento de la Europa moderna y las guerras napoleónicas. Ceram dedica, igualmentem un capítulo a tratar el viaje de Napoleón a Egipto y que, a pesar de ser un fracaso militar, legaría para la posteridad la "Description de l'Egypte".







Fragmento de la piedra de Rosetta.
La resolución al problema del desciffrado partió, para Champollion, en interpretar los símbolos jeroglíficos como un sistema de representación fonético, y no de ideogramas, como hasta entonces se creía




"-¿Ve usted algo?

-¡Si, algo maravilloso!"

Carnarvon y Carter en la tumba de Tutankamón.









Todo el mundo conoce el que probablemente fuera uno de los descubrimientos arqueológicos más mediáticos de todos los tiempos; el hallazgo de la tumba de Tutankamón, en 1922, de la mano de Howard Carter, con el traslado del tesoro y la supuesta maldición que envolvía todo el asunto (leyenda que Ceram dedica un par de párrafos a desmontar).  No obstante, no se queda atrás la menos conocida historia del hallazgo de la DB 320 en Der-el-Bahri en 1881, donde se encontraron los restos de más de cincuenta momias reales que habían sido ocultas allí en tiempos pretéritos para preservarlas de los tempranos saqueadores de tumbas, contemporáneos a los propios faraones, episodio descrito por Ceram de forma tal que lo acerca al relato policíaco.







Representación de Gilgamesh
Tampoco es demasiado conocido por el gran público aquel otro gran hallazgo que nace de la  intuición y luego obsesión del cónsul francés Paul-Émile Botta en 1840 respecto a las extrañas colinas que se alzan en el medio de los desiertos de Irak, y que le llevarían a desenterrar la ciudad de Dur Sharrukin (aunque para Ceram, al igual que para su descubridor, se trata erróneamente de la propia Nínive) o los no menos espectaculares hallazgos de Layard: ni más ni menos que la mítica Babilonia y el palacio de Senaquerib.

A su vez, el hallazgo de Layard de la biblioteca de Asurbanipal, daría lugar el desciframiento de la escritura cuneiforme por mano de Hincks y Rawlinson Ese trabajo posibilitaría, más adelante, que George Smith localizara y tradujera el  poema épico de Gilgamesh, olvidado hasta tal momento.








La trayectoria que nos dibuja Ceram continúa al otro lado del Atlántico. En la que quizás sea la parte más intensa del libro, describe, valiéndose de las crónicas originales, la conquista de México por parte de Hernán Cortés, retratado aquí con sus luces y sus sombras como uno no se espera en principio que haría un profano como Ceram. Todo para introducir los relevantes hallazgos de John Lloyd Stephens y William Hickling Prescott en lo más profundo de la hostil selva del Yucatán, en países azotados por la revolución.


Tenochtitlán, imponente capital del Imperio Azteca.
Escenario en el que se desarrolla uno de los capítulos del libro de C. W Ceram

Junto al intenso halo romántico que envuelve a la primera época de la arqueología, de los viajes y los pasos a oscuras a través de corredores en tinieblas que han de recorrer los pioneros (y esto tanto en su forma figurada como en la literal), Ceram nos descubre a los descubridores, acercando al gran público las figuras de estos y sus hazañas. Es especialmente un libro para aquellos que darían lo que fuera por tener el privilegio de vivir en aquella época irrepetible, el alumbramiento de la arqueología como disciplina, y experimentar una sola de aquellas aventuras en pos del conocimiento, por estar en el Yucatán sufriendo las picaduras de los mosquitos junto a Edward Herbert Thompson descubridor de los cenotes sagrados de Chichén Itzá, y guiado también por relatos legendarios, o por viajar con Layard o Stephens maldiciendo el abrasador sol del desierto mesopotámico, esquivando las balas de los asaltantes beduinos. Leer, por vez primera, tras milenios de olvido, documentos arcaicos en los que se reflejan las ambiciones, locuras y miedos más humanos de un pueblo al que el paso del tiempo había reducido a polvo y al calificativo de "mitológico".

Desde luego, esta época de grandes hallazgos que recoge Dioses Tumbas y Sabios sólo puede ser equiparada, en su conjunto y por su impacto, a la época de los grandes viajes de exploración geográfica (ambos fenómenos paralelos), así como a la más reciente "conquista del espacio".
Con todo, la recompensa final no se reduce quizás, tan solo al propio hallazgo, al testimonio de la civilización enterrada y olvidada y al aumento de nuestro bagaje cultural colectivo, sino también a la propia aventura.




CERAM, C. W. Dioses, Tumbas y Sabios. Ediciones Destino, Barcelona, 1975. 

22 de marzo de 2013

Halcón Negro, Gorrión Rojo.

Si Arthur Conan Doyle tuvo como cimientos de su universo sherlockiano la asociación real entre Joseph Bell y el doctor Henry Littlejohn, así como su propia relación personal con estos, Dashiell Hammett tuvo como fuente de inspiración su trabajo como detective en la Agencia Pinkerton. Aunque muchas veces, al citar este hecho, se olvida que también tuvo una importante militancia política, y eso es, si cabe, tanto o más significativo a la hora de dotar de valor a su obra como pueda serlo la propia trama policial de sus relatos. Si Hammett está entronado en el gran salón de los reyes de la novela negra, esto no es por otra cosa que por el toque especial y trascendental que logra darle al género protagonizado por el detective o investigador privado, dotándolo de una mayor carga y profundidad, haciendo de él auténtica literatura (sin desmerecer el trabajo de Raymond Chandler en este mismo aspecto).

Para ilustrar este hecho, tal vez sea conveniente fijarse en el que, quizás (esto es criterio personal), sea su mejor trabajo: Cosecha Roja (Red Harvest) una novela protagonizada por el Agente de la Continental. En esta se desarrollan todos los clichés propios del genero noir elevados a su máxima potencia, en un estilo muy diferente al que hasta para entonces se había venido cultivando con las historias policíacas más clásicas (Sherlock Holmes o Hercules Poirot). La cuestión es que ya no nos centramos en la resolución de un crimen, en la búsqueda de unas motivaciones circunstanciales y el modus operandi a través de unas dotes de observación y deducción extraordinarias, sino que el detective se convierte en el catalizador de la denuncia social a través del reflejo de las clases de las que se alimenta el mundo del crimen; los bajos fondos, el proletariado desahuciado, los ghettos, el ambiente marginal de las grandes urbes... un mosaico por el que se abre paso a base de golpes de puño y mentira, de manipulación, de giros improvisados y otros instrumentos maquiavélicos que no pocas veces se vuelven en su contra... aunque al final, el antihéroe prevalece.

Precisamente, y aunque Cosecha Roja nunca fue llevada al cine, fue muy bien homenajeada por los Cohen en Muerte entre las flores (Miller's Crossing), con una adaptación bastante libre pero plagada de referencias al libro -tales como nombres, citas textuales, así como de toda su violencia y realidad descarnada- en la que el protagonista no es tan siquiera un detective, sino un gángster desleal que cambiará constantemente de bando guiado por intereses sin duda firmes, pero poco claros para quienes le rodean e incluso para el espectador.




Aparte de Cosecha Roja, otra obra que conforma la columna vertebral de la obra de Hammett y del género noir en general es El Halcón Maltés, no tanto por su calidad con respecto a otras novelas del autor, sino por su sonada adaptación al cine y de la que queda la memorable interpretación del cínico y taciturno Sam Spade a cargo de H. Bogart. Y es que una imagen vale más que mil palabras, y sobre celuloide, más aún.

El punto central del relato es la estatuilla de un halcón negro, antiguo patrimonio de la Orden de Malta, que ha ido dejando un reguero de muerte a lo largo de varias generaciones de propietarios, hasta que se convierte en objeto de disputa entre traficantes de antigüedades y miembros del hampa de San Franciso. Los mismos juegos de mano y trucos de doble filo que se veían en Cosecha Roja o La Llave de Cristal (The Glass Key) se entrecruzan en la trama, hasta que Spade descorre el tupido velo que ha ayudado a tejer.


Antes que con el cine, la obra de Hammett está en deuda con la ingente tirada de revistas baratas que conformaron su propia línea editorial durante la primera mitad del S.XX, las llamadas pulp magazines, y que alcanzaron su culmen durante la Depresión y la posguerra. Estas no se dedicaban sólo a compilar thrillers y literatura noir, sino que también sirvieron de contenedor para relato históricos, de ciencia ficción, y de otro género literario popular genuinamente estadounidense que es el western. El verdadero valor de las pulp fictions es el de haber conformado por sí mismas gran parte del bagaje de la cultura popular moderna, inspirando sobre todo al mundo posterior del cine y de la televisión, como sucede con una creación emblemática que es Peter Gunn, prácticamente desconocida salvo por el emblemático tema de apertura a cargo de Henry Mancini.




La novela negra ha sobrevivido al pulp del mismo modo que lo hicieran todos los géneros representados en este formato. En la actualidad, su ramificación más en boga es la llamada novela negra sueca, que no nos detendremos a analizar aquí. Pero sí hablaremos del particular homenaje que hiciera el escritor maldito por excelencia, tan de moda últimamente, no sé si en el buen sentido.


Bukowski ya se encontraba en esa etapa en la que podía sentirse legítimamente cansado de la vida, con lo que se permitió dedicar una novela "a la mala escritura", aunando en sus páginas la parodia del género detectivesco (y que todo amante de la novela negra con sentido del humor debería leer) con sus más íntimas preocupaciones y sus pensamientos pesimistas al encarar su propia e inminente muerte. En las postrimerías del S.XX, cuando los viejos iconos de la literatura y la cultura popular están caducos y se desvanecen, la Señora Muerte, con todos los ingredientes de una femme fatale que estimula los más bajos deseos del detective, como ocurría muchas veces en el universo Hammett, es la protagonista de la novela junto al detective Nick Belane. Le encarga encontrar a Céline, el afamado escritor francés -que por lo visto ha burlado su destino- para llevárselo al otro lado, como corresponde. Esta aparición de lo sobrenatural desde primeros momentos del relato va a ir in crescendo, con la añadidura de alienígenas, mutantes, y alguna ida de olla más que son el auténtico cuerpo de la novela junto a multitud de personajes estrafalarios que cumplen todos los clichés del género, los puñetazos, tiros, y diálogos brillantes con frases que son como latigazos sin olvidar copiosos cigarrillos y hábitos alcohólicos que, en un Belane viejo y con sobrepeso, es más un problema grave que una estampa glamourosa, a lo que hay que sumar su afición a las carreras de galgos, que es parte, como los otros defectos, de la verdadera personalidad de Bukowski, como a nadie se le escapa ya a estas alturas. En medio de todo esto, recibirá la tarea de encontrar El Gorrión Rojo, clara alusión al Halcón Maltés, pero cuya naturaleza es muy diferente, y nos será revelada al final. El final de la última novela de Charles Bukowski, muy en la línea de su particular poesía..



19 de febrero de 2013

El encargo inglés.



30 de Agosto de 1943. Rênnes,  Francia.

Al recibir el primer puñetazo, Henry no pudo dejar de acordarse de todos los golpes que alguna vez se habían estrellado contra su cara. Le seguían doliendo como el primero, aquella vez en México, hacía ya tanto. A lo largo de toda su vida había habido más, en los desiertos de África y en los bajos fondos de Honk Kong. Sin embargo, él había repartido más, muchos más. Siempre los había devuelto, y esta no sería una excepción.
Desde la sala de baile llegaba el sonido ahogado de un tango. Su propia situación era como la que rezaba la letra en español; el plan había estado a punto de salir a la perfección, y en el último momento se había echado todo a perder. Por culpa de una mujer, y por su propia culpa, por no centrarse, por relajar los instintos. Algún día debería anotarse la lección.
Él no era hombre para aquello, estaba claro que todo el mundo tenía un límite. Para él la guerra era una cuestión de más acción, como en el 14, y no aquellos juegos de espías. Sí, una vez había sido ya espía, pero era diferente, era más joven, y el mundo era un lugar mucho menos peligroso. Sus experiencias pasadas con los nazis ya le habían demostrado lo fino que era el hilo entre la vida y la muerte.
Y en aquel momento, después de todo, había desobedecido a su propia experiencia, como un novato. Al fin y al cabo, ¿cuándo había conocido a una mujer que no intentara matarlo? Llevaba tiempo flirteando con una alemana llamada Gerda Rackham. Una guerra no es excusa para dejar de pasarlo bien, y menos aún si es a costa del enemigo. Ella estaba presente en el baile de recepción de oficiales en aquella mansión de Rênnes, a la que había sido enviado para reunir datos que pasar a la Resistencia francesa. Cinco meses había pasado trabajando con ayuda de su inseparable Mc. Hale, a caballo entre los partisanos y los nazis, con quienes había sabido guardar hábilmente las apariencias hasta confundirse en su mundo como uno más, con su alemán aprendido a marchas forzadas, pero efectivo al fin y al cabo.
Y en medio de todo aquel plan de guerra, Henry se guardaba otra misión en la manga, una muy personal. Se había enterado de que en aquella mansión, en alguna parte, se mantenía a buen recaudo el legendario anillo de Frastrada, que había hechizado a Carlomagno en su día, y que hasta hacía bien poco se encontraba enterrado en las catacumbas de Aquisgrán. Le había seguido la pista a aquel anillo desde que llegara a Francia, pero los nazis lo habían recuperado primero. Si el propio Hitler llegara a poseer en sus manos dicho anillo, no le harían falta ejércitos para subyugar a todas las naciones del mundo, pues su propia presencia resultaría irresistible, tal como le sucedió a Carlomagno con Frastrada.
 Sin embargo, el contraespionaje del Reich era más efectivo, y de algún modo le habían pescado. La rubia Rackham no había estado participando con él en un cortejo sincero, tan solo había estado vigilándole muy de cerca. Ese había sido el fin último de su juego de seducción, con aquellas miradas por encima de las copas que pretendían ser un coqueteo sincero. ¡Ya, claro! Henry pretendió utilizarla para que le guiara hasta el lugar en el que los nazis custodiaban el anillo, con la excusa de echarle un vistazo a aquel objeto tan curioso y legendario, pero ella le llevó a una sala llena de Sturmabteilungen y acto seguido había comenzado a gritar: “Amerikanischer spion!, Will den Ring zu stehlen! Verhaften und töten!”. 
Ahora estaba sentado en aquella salita, en íntima soledad con un bruto que se calentaba los nudillos a su costa. Desastroso, lo mejor sería volver cuanto antes a la docencia. Eso si sobrevivía, una perspectiva demasiado optimista. No se rendía fácilmente ante las circunstancias adversas, pero estaban en mitad de la Francia ocupada, en la boca del lobo, y no tenía posibilidades de escapar siquiera de aquella habitación. Bastaría con que el matón se cansase de los puñetazos y decidiese acabar la tarea con el clásico tiro en la nuca. Lo peor era que moriría sin cumplir su misión. Después de todos los apuros de los que se había salvado, tan cerca de lo que había ido a buscar.
Pero estos lamentos resultaron precipitados cuando la puerta se hundió bajo la presión de una explosión, y entró en la habitación el bueno de Mc. Hale, su compañero de correrías desde que se había aventurado en aquel submundo del espionaje. Con él, entraron tres milicianos franceses que derribaron sin problemas al matón alemán, y pudieron abandonar la mansión a punta de pistola, y alejarse amparados por la noche. Un rescate ridículamente sencillo, le pareció a Henry, teniendo en cuenta que había estado tan cerca del final.
-¿Qué harías sin mi, Jonesy?- no dejaba de repetirle Mc. Hale, orgulloso de su oportuna e intrépida intervención.
-Cállate.

Antes del amanecer, el comando partisano de Mc. Hale le condujo a un aeródromo en Saint-Jaques-de-la-Lande, donde tenían preparada una avioneta para cruzar el canal y dirigirse a Inglaterra.
-¿A Inglaterra?- pregunto Henry.
-Si, te podríamos haber dejado en Rênnes con tus amigos nazis, pero hemos recibido un cable urgente en el que se reclama tu presencia inmediata en Londres. Algo gordo, Jonesy. No te olvides de dar los códigos de aproximación cuando divises la costa británica, no querrás que te derriben confundiéndote con un  Messerschmitt.
Así, partió a los mandos de la avioneta, confiando en que algún día podría arrebatarles a los nazis el anillo de Frastrada. “Otra véz será”, pensó.


1 de Septiembre de 1943. Londres, Inglaterra.

Londres era una ciudad en guerra. Aunque sólo habían pasado dos días desde el último bombardeo, era sorprendente y de admirar la capacidad de las gentes que allí vivían para adaptarse con total normalidad a sus hábitos diarios. La gente llenaba las calles y acudía a sus trabajos. Henry había sido alojado en una pensión del centro, y al día siguiente de su llegada a la ciudad recibió una citación de manos de un mensajero. El lugar al que debía acudir era una mansión victoriana del centro de Londres. Nada más entrar se encontró con un grupo de hombres sentados en sus butacones, leyendo la prensa. Nada parecía indicar que en aquel lugar alguien esperase su llegada.




-Buenas tardes-susurró Henry con discreción, tratando de reclamar la atención de alguno. Sólo recibió como respuesta una serie de entrecortados carraspeos que le llamaban al orden, pero que no sabía como interpretar.
-Disculpen. He sido...
-Grummm...- gruñó uno de los huéspedes. Ipso-facto, sintió cómo alguien le sujetaba del brazo y le llevaba, apresuradamente y sin mediar palabra, a un estudio cuyas paredes se hallaban cubiertas de estanterías repletas de volúmenes. A Henry aquel lugar le resultó inmediatamente acogedor, a pesar de la extraña recepción. Un gramófono reproducía el séptimo movimiento de la Humoresque de Dvorak para violín. Las llamas de una enorme chimenea crepitaban invitando a repantigarse en uno de los sillones y hojear alguno de aquellos eruditos volúmenes con toda tranquilidad.
El sirviente que le condujera hasta allí salió de la sala, cerrando la puerta a sus espaldas y dejando a Henry a solas con dos hombres que ocupaban sendas butacas en el centro del estudio. Ambos eran ancianos, sobrepasando los setenta, pero su deterioro físico no imponía en sus cuerpos una imagen grotesca de vejez, sino una destacada aura de venerabilidad. Uno de ellos, el que le había dirigido la palabra, era robusto, con una frente despejada y los mofletes caídos. Dos ojos grises de mirada severa apuntaban desde lo alto de una nariz aguileña. El otro era delgado, casi como una momia. Su cráneo estaba cubierto por una fina cabellera de canas peinada hacia atrás. Entre ambos, no parecían existir rasgos comunes, pero algo en sus rostros, en la expresión, fuera de las facciones más destacadas, presentaba un símil que no podía ser casual. A Henry se le ocurrió pensar que quizás eran hermanos.
-Siento que hayamos tenido que encontrarnos así. Espero que no haya perturbado usted el esparcimiento de mis colegas en la Sala Común. -dijo el  anciano grueso a modo de presentación. -¿Es usted Henry Jones Jr.?
-Efectivamente, señor...
-Los nombres no son importantes ahora. Me gustaría poder contar con su ayuda en la resolución de un problema bastante delicado.
-En relación con la guerra, supongo.
-Evidentemente, soldado. Aunque la tarea que pensaba encomendarle no obedece exclusivamente a una cuestión militar. Es algo más concreto, es por ello que es usted la persona más indicada, a nuestro parecer –y señaló con un rápido gesto a su compañero- para llevarla a cabo.
Entonces, el anciano más delgado, que había permanecido callado hasta entonces, habló:
-Tengo entendido que su último trabajo en el continente no acabó demasiado bien.- se inclinaba hacia adelante sin mirar a Henry directamente, como si repasase con la mente algún problema a la vez que participaba de aquel diálogo.
-Un fracaso, me temo, señor.
-No pasa nada, en las guerras de toda índole existen momentos de flaqueza. Incluso el peor esgrimista sabe cuándo ha de retroceder uno o dos pasos en pleno duelo. Usted no es una persona que se desaliente por el fracaso, ¿verdad?.
-No, señor. –le respondió este.
-Da la impresión de que se siente usted capaz de derrotar únicamente con sus dos puños al Eje, pero sabe que un solo hombre no puede oponerse a esa maquinaria demente que arrasa Europa. Pero Inglaterra, bueno, only Britain soldiers on! -exclamó arrebatado de orgullo chovinista y clavando sus ojos en Henry.
-Precisamente –declaró seguidamente su grueso contertuliano, cortándole. -Se trata de Inglaterra, señor Jones. Este es un cable que nos ha sido enviado esta mañana por parte de uno de nuestros informantes en Francia.
Tras decir esto, se levantó y le ofreció a Henry un trozo de papel amarillento. En él podía leerse un escueto mensaje.

Encontrada ubicación de la espada en isla de Saint Anne. Krimilda se acerca.

-¿Krimilda? ¿La heroína de Wagner? -preguntó Henry. –Esto es realmente confuso. ¿A qué espada se refiere? ¿Es una clave?
-¿Tuvo usted un percance en Rênnes, no es así? -dijo el anciano delgado, cambiando bruscamente de tema.
Henry asintió.
-No me cabe duda de que estuvo implicada una señorita... Una alemana, por supuesto. ¿Su nombre podría ser quizás el de Gerda Rackham?
-Si, ese era su nombre. ¿Cómo puede usted saberlo?
-Porque llevamos mucho tiempo tras ella. Krimilda es el nombre en clave de Rackham. Entre espías anda el juego. Aquí, mi compañero y yo conocemos a todos los espías que se encuentran actualmente activos en Europa. Ese ha sido nuestro trabajo durante todo este conflicto. Pero eso ahora no importa... le pondré en antecedentes.
Dicho esto, sacó una pipa de su bolsillo, la cargó, y comenzó a fumar en acompañamiento de su relato:
-Antes de la guerra, un equipo de arqueólogos ingleses había hecho serias averiguaciones sobre la posible ubicación de un objeto de trascendencia vital en la Historia de Inglaterra. Emmm... estuvimos especialmente interesados en los progresos que se hacían al respecto. No podíamos dejar pasar la oportunidad de participar en un descubrimiento de tal trascendencia, teniendo además en cuenta que se trataba de un juego bastante estimulante.
<
-¿Excalibur?
-¡Así es!
-Eso no es más que una leyenda. Cuentos de hadas.
-Oh, ¿lo considera así? No puede usted ser tan escéptico He leído informes clasificados por su gobierno en los que se relatan ciertos sucesos, poco habituales... relacionados con otros artefactos míticos.
-Pero no irá usted a decir que Excalibur existe.
-Existe, señor mío. Y lo que es peor, podría acabar en manos de los alemanes. <
El anciano hizo una pausa y luego continuó:
-Es cierto que mis capacidades han gozado de excelente fama -los ojillos del viejo parecieron nublarse un momento por una especie de recuerdo- pero ya soy viejo para eso, y no estoy en situación de participar en una de esas historias tan trepidantes como las que parecen engrosar su currículo.
-No se refiere usted a mi currículo oficial.
-No, no me refiero al Profesor Jones que da clases en la Universidad Marshall, me refiero al rescatador de tesoros, o como quiera usted llamarlo. Usted también a creado su propia profesión, tal como hicimos en su día yo y mi compañero. Porque usted no es simplemente un arqueólogo.
-¿Y ustedes dos quienes son? Si puede saberse.
-Eso no importa, y ahora escuche: La espada sobre la que se fundó la legitima Monarquía Británica, señor Jones, el arma que unificó la nación más poderosa de la tierra... y tendrá que disculparme siendo que es usted americano, pero ya sabe a lo que me refiero.
-Según las sagas artúricas –dijo Henry- la espada de Arturo, Excalibur, fue depositada en el fondo de un lago en algún lugar en Inglaterra. Quizás cerca de Dover.
-Falso, nuestras pesquisas conducen a Saint Anne, y ahí es a donde se va a dirigir usted. Sólo ha de traernos la espada, no sabemos en qué condiciones permanece oculta.
Henry sopesó la situación. Al fin y al cabo aquel encargo podía no resultar un mal asunto, y bueno, fortuna y gloria podían aguardarle al final de aquel disparatado trabajo.
Parecía la consecución lógica de su búsqueda del anillo de Frastrada,  que tan mal había acabado. Enfrentarse de nuevo a Rackham, o Krimilda, podía ser una buena nueva oportunidad.
-Está bien, acepto.- decidió al fin.
-Por cierto, señor Jones.-le dijo uno de los ancianos antes de que abandonara la sala. -Ha tenido gracia que hiciera usted referencia a los cuentos de hadas antes... precisamente frau Rackham es algo así como sobrina, o sobrina nieta del célebre ilustrador Arthur Rackham. Su parentesco inglés no parecen haberse interpuesto a su lealtad para con la causa de la nación de sus padres. Estoy convencido de que, de algún modo, fueron las lecturas infantiles que hiciera de los trabajos de este lo que han terminado motivado su curiosa vocación actual.










2 de Septiembre de 1943, Saint Anne, Canal de la Mancha.

El viaje para llegar a Saint Anne fue un tanto accidentado. Con el objetivo de burlar las defensas alemanas, volaron a oscuras en plena madrugada, y debió dejarse caer en paracaídas cuando estimaron estar en el punto adecuado. Afortunadamente no hubo errores a este respecto, y tras la caída fue a parar a un terreno baldío. Aguardó allí hasta el amanecer, pues no podía orientarse de ningún modo en la noche. Con el amanecer, se distinguía en el horizonte la costa de Francia. No existían en toda la isla formaciones elevadas, pudiéndose ver el mar extendiéndose por los cuatro costados de la isla hacia el infinito.
Henry sacó el mapa que le habían proporcionado los servicios de inteligencia británicos y se abrió paso. Usó como referencia la única población que se adivinaba en la distancia, como una aldea de casas bajas rodeada de campos de cultivo y pastos para el ganado. Dedicó toda la mañana, hasta el mediodía, a la búsqueda del punto señalado en el mapa como la laguna en cuyo lecho descansaría la legendaria Excalibur.
Su padre le había dicho una vez que nunca una equis marcaba el lugar.
-Esta vez te equivocarías, papá.- susurró para sí.
Finalmente encontró el sitio, en una hondonada cubierta de espesa y retorcida vegetación. Henry se acercó a la orilla de la laguna cristalina sin saber muy bien cómo proceder a continuación.
Parecía un trabajo bien sencillo aquel, pero debía encontrar el modo. Quizás el pulmón libre fuera una opción. De ser así, habría sido la situación más ridículamente sencilla a la que se habría enfrentado yendo en pos de una reliquia. Repentinamente, oyó el grito:
-¡Deténgase, doctor Jones!- la voz tenía un marcado acento alemán. Henry volvió la cabeza hacia arriba para encontrarse con la figura de Gerda Rackham, Krimilda.
-Frau Rackham. Me alegra verla de nuevo, pero esta vez sabiendo de verdad quién es usted. Me debe un anillo.
-Indiana Jones. A mí también me alegra tenerle aquí. Será testigo del primer paso del triunfo final del Reich.
-¿De verdad espera encontrar aquí Excalibur?
-Su falta de fe es un tanto molesta. Vamos a bajar, y podrá contemplarlo con sus propios ojos.
Acto seguido se volvió a los soldados de la Wehrmacht  que la acompañaban y les gritó algo en alemán. Uno de ellos se aproximó con una bandeja ornamentada y mantel de terciopelo rojo con la esvástica dibujada en él. En ella reposaba una cajita abierta en cuyo interior, como una simple sortija de compromiso, brillaba el anillo de Frastrada. “Los nazis y su pompa ritual” pensó Jones.
Krimilda cogió el anillo y se lo ensartó en uno de los dedos. Acto seguido sumergió esa mano en el agua del lago, que comenzaron a hervir con furia y se evaporaron en una densa nube que debió verse en kilómetros a la redonda.
La espía alemana sacó su mano indemne a pesar de todo, y explicó:
-El anillo de Frastrada y la espada Excalibur fueron dos objetos originalmente forjados por los nibelungos, y que durante mucho tiempo estuvieron en manos inadecuadas para luego perderse y pervivir solo en el recuerdo de leyendas y mitologías de lo más dispares. Pero ahora, yo soy quien los ha vuelto a reunir por primera vez desde tiempos ancestrales para ponerlos al servicio de la gloria de Alemania. No podía permitir que usted interfiriera en mi cometido.
La concavidad en el terreno que antes había estado llena de agua se reveló como una construcción de bóvedas subterráneas sostenidas por columnas talladas en la roca madre. Una escalera de caracol en el centro llevaba a las profundidades de la tierra.
El batallón de soldados, con Krimilda a la cabeza, y Jones a punta de pistola, descendió la escalinata hasta encontrarse en una sala.  Allí, sobre una mesa redonda de piedra, Jones pudo acercarse a la mesa y limpiar con la manga de su cazadora el polvo acumulado en los bordes. Pudo leer una inscripción labrada en la piedra que decía:

GAUVAIN


-Esto es... es... No puede ser.
-Lo es, doctor Jones. La famosa mesa redonda del Rey Arturo y sus caballeros. <
Y diciendo esto, puso un pie sobre la mesa y se impulsó hacia arriba, hasta que anduvo por su superficie. La espada, que reposaba en el centro, comenzó a despedir un breve destello eléctrico al sentir la proximidad del anillo.
-La espada es un catalizador de la energía natural de los polos magnéticos de la Tierra.- prosiguió Krimilda. -Si aprendemos a usarla adecuadamente, podemos crear con ella un arma eléctrica capaz de arrasar ciudades o naciones enteras. No habrá oposición en el mundo al poder del Reich.
Mientras así hablaba, la espada comenzó a brillar con mayor intensidad, y la alemana la alzó sobre su cabeza en un gesto triunfal. Pero algo comenzó a ir mal cuando los destellos fueron seguidos por un rugido ensordecedor, como el trueno en una tormenta, y las paredes del recinto comenzaron a sacudirse mientras Krimilda emitía un grito agónico y su cara se crispaba presa del terror y del dolor.
Indy se abrió paso a golpes entre el caos, y consiguió abandonar la gruta por la estrecha escalera de caracol, que se hundió inmediatamente arrastrando consigo a los pocos soldados alemanes que habían estado a punto de alcanzar también la superficie.
Indiana Jones se incorporó cuando todo hubo acabado y contempló cómo se iba cerrando poco a poco la grieta que albergara el legado de Arturo y sus caballeros.


7 de Septiembre de 1943. Londres, Inglaterra.

En la sala de estar de un cómodo apartamento del West End se encontraban dialogando Indy y el anciano delgado que le encargara en su día la búsqueda de Excalibur.
-No sé qué fue lo que mató a Krimilda, después de todo.- dijo Jones depositando la taza de té, ya vacía, en la bandeja.
-Pues, seguramente, algo tan simple como una ley física. –le explicó el anciano delgado mientras afinaba un Stradivarius.- Arturo no empuñaría esa espada sin guantes si de verdad conocía su poder. Y eso sería lo que inspiraría la leyenda de la espada en la roca. El único capaz de empuñarla y esgrimirla con efectividad, el legítimo monarca de Inglaterra, resultó ser la única persona lo suficientemente perspicaz como para comprender los rudimentos y riesgos de la electricidad en una época tan oscura. Por otro lado, la espada era un objeto demasiado viejo como para soportar, después de tanto tiempo, semejante puesta en marcha como a la que fue sometida por parte de frau Rackham. En fin, al final, parece que era usted prescindible.
-Me contento con haber podido participar en una historia así.
-Una buena actitud. Pero no se preocupe, mi hermano se encargará de abonarle algún tipo de emolumento por su servicio, después de todo.
-Entonces aquel otro caballero que me encargó la misión es su hermano.
-Si, si, mi hermano. Mycroft. ¿No se había fijado?
-Percibí algo.
El anciano dejó escapar una risilla profunda que pareció devolverle años de juventud por un instante.
-¡Nunca dejará de sorprenderme la ineptitud de la gente! Parece incluso que cuanto más viejo es el mundo, más se deteriora la capacidad de observación de las personas. Pero no se ofenda, amigo mío.
-A decir verdad, lo había intuido.- se defendió Henry.
-¡La intuición!-exclamó el anciano- Nunca se fíe de la intuición. Como le decía a un viejo amigo mío, lo que cuenta es la observación y la deducción. Eso es algo elemental, querido Jones.




Fin






Referencias.
-Los personajes de Sherlock Holmes y de Indiana Jones son creaciones originales de Sir. Arthur Conan Doyle y George Lucas, respectivamente.
-El artefacto que Indy busca en la primera parte del relato es el anillo de Frastrada, una joya legendaria que habría sido usada por la princesa del mismo nombre par mantener en un cautiverio romántico a su esposo Carlomagno. Una vez muerta esta, la joya acabaría sumergida en el fondo de un lago, sobre el que acabaría alzándose la ciudad de Aquisgrán: http://proyectoarcadia.fortunecity.es/caball/carlomagno.html
-La mansión de Rênnes a la que se alude en el relato es probablemente la misma a la que, poco después de los acontecimientos aquí narrados, acude el pelotón de Reisman con la misión de volarla, hechos inmortalizados en el film “Los Doce del Patíbulo”.
-Atendiendo, por otro lado, a lo que se nos cuenta en la película “El Reino de la Calavera de Cristal”, en algún momento, después de los acontecimientos narrados en “La última Cruzada”, y durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Indiana parece repudiar de su famoso apodo y se hace llamar por el nombre con el cual fuera bautizado: Henry Jones Junior. Puede que de algún modo los nazis conocieran de la existencia de un tal Indiana Jones, que desde 1936 se interponía en sus búsquedas de reliquias a lo largo y ancho del globo, lo cual dificultaba la labor del arqueólogo cuando le tocó actuar como espía en Berlín ya desatado el conflicto en 1939 (y con la participación estadounidense en el mismo desde 1943). Sea como sea, este es el motivo por el cual en la narración el personaje aparece referenciado como Henry, y no como Indiana, o Indy, como sería habitual.
-El compañero de aventuras de Indy durante su actividad como espía en Europa es Mc. Hale, el cual aparece en el “Reino de la Calavera de Cristal”.
-Existió Arthur Rackham ilustrador de cuentos infantiles que vivió entre 1867 y 1939, y que ha servido de inspiración para el apellido de la némesis de Indy en el relato. De hecho, entre sus ilustraciones destaca una en la que se representa la lucha final entre el Rey Arturo y Mordred que sellaría el destino final de la legendaria espada Excalibur.
-En lo que respecta a Sherlock Holmes, parece que un personaje nacido, según el denominado “canon holmesiano”, en 1854, no podría estar vivo ya a mediados del siglo XX, pero atendiendo a la detallada cronología presentada por Baring-Gould y William Stuart en el libro Sherlock Holmes de Baker Street, el personaje creado por Conan Doyle fallece el 6 de enero de 1957, a la edad de 103 años, por lo que su presencia aquí estaría más que justificada.
-Mycroft Holmes, es el hermano mayor de Sherlock Holmes. Se nos lo presenta originalmente en “El intérprete griego”, así como en “Los planos del Bruce Partington”. Asimismo es mencionado en “El problema final” y “La casa vacía”, en cuanto que presta su ayuda a Sherlock en el plan de este para fingir su propia muerte entre 1891-1894, tras su enfrentamiento con Moriarty*. Su labor en el seno del gobierno británico no es especifica, pero se sugiere como de vital importancia, quizás relacionada con el servicio secreto. Watson lo describe con un cuerpo “macizo y voluminoso” que “daba una cierta impresión de torpeza física” pero con “una cabeza de frente tan señorial, de ojos grises tan vivos y penetrantes que desde la primera mirada se olvidaba uno de la tosquedad del cuerpo y se fijaba sólo en el poderío de la mente”. Frecuenta el Club Diógenes, una institución descrita por Doyle en sus relatos, ideada para el esparcimiento de los altos funcionarios del Gobierno Británico, y en la que la regla imperativa es la absoluta prohibición de hablar en sus salones, excepto en una sala destinada a reuniones secretas. Es ahí donde Indiana Jones se encuentra con Sherlock y Mycroft. Mycroft Holmes muere en el año 1946 así que igualmente pudo haber tenido un destacado papel en el Gobierno Británico durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
-No he incluido al indispensable doctor Watson porque, haciendo caso a las referencias cronológicas anteriormente descritas, este personaje muere de un ataque cardíaco en 1929.
-El último diálogo entre Sherlock Holmes e Indiana Jones se desarrolla en el 221B de Baker Street, como no podía ser de otra forma.










* “The Adventure of the Bruce-Partington Plans” (The Strand Magazine, diciembre de 1908; Collier’s Weekly, 18 de diciembre de 1908); “The Greek Interpreter” (The Strand Magazine, septiembre de 1893;
Harper’s Weekly, 16 de septiembre de 1893); “The Final Problem” (The Strand Magazine, diciembre de 1893; McClure’s Magazine, diciembre de 1893); “The Adventure of the Empty House” (The Strand Magazine, octubre de 1903; Collier’s Weekly, 26 de septiembre de 1903).

7 de enero de 2013

La eternidad de John Ribbs.




 Tell us, tell us your final wish
Now we know you can never return
Tell us, tell us your final wish
We will tell it to the World."


Antes de que se llevara a cabo el primer Trasvase, se tuvo que recorrer un largo camino. Y el primer paso decisivo fue descubrir que el concepto del viaje en el Tiempo, en su fórmula original, conllevaba demasiados riesgos. Esto es, se consideró que el envío de un cuerpo físico a cualquier fase previa del flujo temporal generaría una paradoja catastrófica, especialmente si coincidía consigo mismo en el punto al que fuese enviado. Y esto es porque un cuerpo no puede existir de forma duplicada en una misma realidad sin generar el colapso de la misma. En cualquier caso, se optó por no tentar a la suerte y poner a prueba tal principio.
Se optó por una alternativa: La clonación garantizaría el desplazamiento de un sujeto a lo largo del flujo temporal sin que ello pusiera en peligro la continuidad de la realidad. Porque se trataría de dos cuerpos idénticos, pero no del mismo cuerpo.
A tal efecto, el cuerpo duplicado era una copia vacía del original, en el que se insertaban la conciencia y la memoria del Viajero. De ahí que se le aplicase el nombre de Trasvase. A partir de aquí, el Viaje, en sí mismo, consistía en una teleportación a nivel atómico que desplazaba la materia sin los riesgos de la paradoja temporal. El cuerpo original permanecía en hibernación.
Pero este procedimiento generaba su propio accidente: El cuerpo enviado, el vehículo, era un cuerpo artificial. Por tanto, no estaba sometido a un proceso biológico de deterioro. En otras palabras; desde que se producía el Trasvase, y hasta que era reenviado a su momento presente y reintroducido en su cuerpo original, el Viajero era inmortal a todos los efectos.  Atendiendo a esto, y con el fin de evitar cualquier caso de megalomanía, así como para garantizar la estabilidad emocional de la mente del sujeto, las explicaciones del funcionamiento del Trasvase, del viaje en el tiempo, eran alto secreto. Una de las ordenanzas del Programa de Viajes en el Tiempo rezaba lo siguiente:

Es ESTRICTAMENTE NECESARIO
que los procedimientos en relación a un proceso de Trasvase sean mantenidos en la más absoluta CONFIDENCIALIDAD.
Al Viajero le serán omitidos todos los detalles de la operación.
Tan sólo los Técnicos estarán al tanto de los pormenores de la misma,
y de ellos dependerá la dirección y ejecución de todo el proceso.


Así, reduciendo a cobayas a los Viajeros, dejando todo el proceso en manos de los Técnicos, el Programa incurría en una terrible falta de ética que sería la premonición de su rotundo fracaso. Con el llamado Incidente John Ribbs, se puso fin al Programa de Viajes en el Tiempo.

John Ribbs, que nunca regresó.





XXXVII años desde el último Trasvase Temporal. (O desde el Incidente John Ribbs)

Sebeth era el último de los Técnicos. Aquella noche no se encontraba bien, sufría los achaques propios de la vejez. Su idea había sido la de abandonar pronto el laboratorio, para concederse un descanso, pero seguía allí después de la medianoche, solo, como había acostumbrado a hacer durante los últimos treinta años, desde que estaba al cargo de aquella planta.
¡Qué paradoja! Aún después de toda una vida jugando a manipular el tiempo, a entender el funcionamiento de aquel extraño y fatal flujo. Desafiando sus leyes, experimentando con ellas... ahora el mismo tiempo pesaba sobre él; apenas podía moverse sin que le dolieran las articulaciones, en ocasiones le costaba respirar, y sin duda, no le estaba reservada una existencia mucho más prolongada. Y no podría hacer nada para remediar eso... no, aunque quisiera. Pero no quería. Ya estaba bien para él.
Estos pensamientos discurrían por encima del constante zumbido de los ventiladores de refrigeración, cuando de pronto sonó la ronca alarma y se encendieron las luces automáticas de la galería principal. Era la señal de que alguien acababa de entrar en la planta. Aquello no era algo habitual, normalmente nadie aparte de él mismo permanecía en aquel lugar hasta tan tarde, y tampoco recibía visitas.
Se levantó de su asiento frente al tablero y preguntó al aire, en dirección al
acceso:
-¿Anda alguien por ahí?
Desde donde estaba, llegó a ver una silueta recortada al fondo de la galería, avanzando hacia él. No le resultaba familiar en absoluto. Llegó a tener la fugaz fantasía de que se trataba de la misma muerte, pero apartó enseguida la absurda alusión de su mente, y volvió a hablar:
-Esta zona es de acceso restringido.

Pero el intruso no articulaba una sola palabra. Bajo las luces frías que coronaban el angosto corredor de entrada, Sebeth pudo comprobar que se trataba de un hombre alto, fuerte también, con la cabeza completamente afeitada. Avanzaba lentamente. La inquietud se apoderaba de Sebeth, hasta que vio el rostro del visitante. Como un golpe, llegó la revelación del Técnico. Aquella figura era la antiquísima silueta de un Viajero.

No era posible, bajo ninguna circunstancia. No, no. John Ribbs, quien nunca regresó.
-¿Eres tú? –alcanzó a preguntar, tembloroso.
-¿Qué clase de respuesta aguardas?–dijo al fin el visitante.
-Pero... es imposible. Dios, Dios mio. –invocaba Sebeth.
-No. Durante mucho tiempo creí que lo sería. Imposible. Creí que todo llegaría a un final, que moriría. Pero nunca alcancé esa consumación. Todo se detuvo.

El Viajero entró por fin en la sala y se sentó en uno de los butacones de los paneles de control. Desde alguno de aquellos tableros de mandos se habían marcado los parámetros, coordenadas, frecuencias y quién sabe qué clase de complicados algorritmos que le enviaron a su horrible destino a muchos años de distancia, siglos... milenios.

-Vosotros. –dijo John Ribbs señalando al Técnico, pero en realidad señalaba a todos aquellos culpables de su fatalidad- vosotros me abandonasteis. Me disteis por perdido, me dejasteis morir. Pero solo morí en vuestro recuerdo. Yo seguí vivo. ¡Vaya que sí! Y muy a mi pesar.
Creí que algún día debería desaparecer, que no llegaría hasta aquí. Pero entonces vi que incluso las estrellas en el cielo variaban su posición, y que los paisajes cambiaban, los hombres, las lenguas, las ciudades... todo. Y yo permanecía igual... sin que nada pusiera fin a este tormento.

El Incidente John Ribbs.

-Se optó por solucionar el Incidente de la mejor forma posible.
-¡No, el Incidente no se solucionó! ¡Se ignoró! ¡Fui abandonado!
-¿Cómo ibamos a saber eso? Si hubiesemos podido localizarte, te habríamos traído de regreso. Pero no había ninguna posibilidad...
-Debería matarte ahora mismo. Si, como venganza. Pero me he vengado tantas veces de tantos hombres, y de mujeres. Si, que ya no tiene sentido. Estar vivo tanto tiempo, la Etenidad, no tiene significado, y por ello, todo lo demás pierde a la vez el suyo... en otra época tal vez te habría matado. Pero no serviría para nada... De hecho, ahora te necesito. Tengo la esperanza de que tal vez tú sí que tengas un final para mí. Supongo que hay que regresar al orígen del mal para librarse de él. ¿No es así?

            Se hizo el silencio en la enorme planta . En algún lugar, no muy lejos de allí, aún permanecía congelado el verdadero cuerpo de John Ribbs.
-¿A dónde fuiste a parar? –preguntó al fin el Técnico.
-¿A dónde fui a parar? ¿Como voy a saberlo?
<<El primer recuerdo que conservo es el del propio Viaje, cuando me encontré por primera vez junto al lecho de un río y un campo labrado. A partir de ahí... la frecuencia y claridad de los recuerdos es variable. ¿Recuerdas tú acaso los detalles de tu infancia?
Es curioso. Todo resulta efímero. Salvo yo mismo. No podría enumerar las lenguas que he aprendido y olvidado. Los lugares en los que he vivido. Las personas a las que he conocido. Aquellos a quienes he amado y odiado. Una vida, en fin, pero demasiado larga, demasiado pesada.
Serví en ejércitos que atravesaban desiertos y sometían a los pueblos de pastores en las montañas a golpe de maza. Contemplé el alzamiento de los Zigurats y participé en rituales secretos. Mientras invocaba la protección y favor de dioses de lo más diversos, una generación de hombres tras otra, me preguntaba si no era yo mismo el Dios al que debían adorar.
He vivido bajo los gobiernos de un sinfín de nombres; Lugalzagesi, Menes, Necherjet, Amenemhat...
He visto el rostro de Alejandro. El de Céltilo, el de Vercingétorix. Quién lo diría. Que los bustos de los Emperadores se convertirían en mis contemporáneos de carne y hueso, que viviría bajo el pontificado de más de doscientos Papas.
He sido alzado y encadenado; coronado y azotado; tantas veces, que dejó de  tener significado para mí. Trabajé con mis manos la tierra.
Navegué por ríos y por mares. Me embarqué en naves de madera que me llevaron a otros horizontes. Atravesé a pie las llanuras y montes de toda Europa. He visto erosionarse montañas, retroceder mares, lagos secarse, bosques marchitarse y heladas tundras convertirse en vergeles
Viví para tomar dos veces la ciudad de Constantinopla y defenderla otras tantas. Vi al Lago Peipus tragarse un ejército entero. Recuerdo el barro por las rodillas, y la sangre en Agincourt.
Me tomaron por un milagro cuando sólo yo sobreviví a las fiebres que en lo más profundo del Amazonas, buscando Akator.
Fui uno de los primeros hombres en atravesar América hasta el Pacífico.
Estuve en el asalto a Hougomont.
Firmé como testigo en la Paz de París.
No recuerdo ya cuántos instrumentos musicales soy capaz de tocar, ni cuántas armas he llegado a manejar. No conozco el inmenso número de personas a las que he matado, ni el de los hijos que he podido engendrar. No sé cuantos amaneceres he visto. Podría haber contado las estrellas de habérmelo propuesto... Puede que en alguna ocasión lo hiciera, y que lo olvidara, del mismo modo que olvidé morir.
Por eso he venido.


          Ocho mil años. Increíble. ¿Cuántas generaciones humanas? ¿A cuántos miles de millones de personas había sobrevivido aquel hombre? ¿Qué historias no sería capaz de contar? Sebeth, el Técnico, vio a aquel hombre, al Viajero, que tan solo deseaba poner fin a la existencia natural de la que había sido privado.

-Yo esperaba que regresaras. -dijo el Técnico- Sí, de alguna manera esperaba que regresaras. Y no me equivocaba. Al fin y al cabo, no voy a hablarte a ti de fe, si aún abrigabas esperanza de volver aquí y morir, o de encontrar una muerte a lo largo del transcurso de tu existencia. Pero ahora te digo que eso era imposible, que ningún Viajero puede morir jamás hasta que se invierte el Trasvase, una vez era reenviado desde el pasado. Lo siento, John Ribbs, perdona por la Eternidad.
Yo te daré tu final.

            La técnica del Trasvase fue invertida, siguiendo un procedimiento que no se ponía en práctica desde hacía treinta y siete años; ocho milenios, para el Viajero. Durante unos minutos, el antiguo salón se vió iluminado por el brillo incandescente de las señales de decenas de pilotos, un trazo eléctrico, y el vapor de agua que desprendía la maquinaria de la criogenización. John Ribbs regresó a su cuerpo, y le abandonó la Eternidad. Sin embargo, el Técnico no descongeló el cuerpo... redujo la temperatura y evitó que los sistemas reiniciaran el soporte vital, convirtiendo la enorme cápsula criogénica en un ataúd de titanio. Pareció escucharse un sonido humano, un grito, o una carcajada, tal vez, desde lo más profundo. Unos momentos más tarde, y sin más señal, John Ribbs murió.

           Al día siguiente, algunos paneles de control mostraban en el registro la actividad inusual de la noche previa. Sebeth consiguió que lo achacasen a un error de programación. “Y no le demos más vueltas”, fue lo último que dijo antes de sumirse en un reflexivo silencio de varios días.. Murió pocas semanas más tarde... como si su longevidad solo le hubiese sido concedida para otorgar aquel último consuelo al Viajero. 

John Ribbs, Viajero, Inmortal, había dejado de existir. Se fundió con la nada, con el vacío. ¿Quién podría saberlo en realidad?. Roguemos por que al menos dejara de sentir, por que se librara de la maldición de la eternidad y le alcanzara el final. Aquel final, tan ansiado.