19 de febrero de 2013

El encargo inglés.



30 de Agosto de 1943. Rênnes,  Francia.

Al recibir el primer puñetazo, Henry no pudo dejar de acordarse de todos los golpes que alguna vez se habían estrellado contra su cara. Le seguían doliendo como el primero, aquella vez en México, hacía ya tanto. A lo largo de toda su vida había habido más, en los desiertos de África y en los bajos fondos de Honk Kong. Sin embargo, él había repartido más, muchos más. Siempre los había devuelto, y esta no sería una excepción.
Desde la sala de baile llegaba el sonido ahogado de un tango. Su propia situación era como la que rezaba la letra en español; el plan había estado a punto de salir a la perfección, y en el último momento se había echado todo a perder. Por culpa de una mujer, y por su propia culpa, por no centrarse, por relajar los instintos. Algún día debería anotarse la lección.
Él no era hombre para aquello, estaba claro que todo el mundo tenía un límite. Para él la guerra era una cuestión de más acción, como en el 14, y no aquellos juegos de espías. Sí, una vez había sido ya espía, pero era diferente, era más joven, y el mundo era un lugar mucho menos peligroso. Sus experiencias pasadas con los nazis ya le habían demostrado lo fino que era el hilo entre la vida y la muerte.
Y en aquel momento, después de todo, había desobedecido a su propia experiencia, como un novato. Al fin y al cabo, ¿cuándo había conocido a una mujer que no intentara matarlo? Llevaba tiempo flirteando con una alemana llamada Gerda Rackham. Una guerra no es excusa para dejar de pasarlo bien, y menos aún si es a costa del enemigo. Ella estaba presente en el baile de recepción de oficiales en aquella mansión de Rênnes, a la que había sido enviado para reunir datos que pasar a la Resistencia francesa. Cinco meses había pasado trabajando con ayuda de su inseparable Mc. Hale, a caballo entre los partisanos y los nazis, con quienes había sabido guardar hábilmente las apariencias hasta confundirse en su mundo como uno más, con su alemán aprendido a marchas forzadas, pero efectivo al fin y al cabo.
Y en medio de todo aquel plan de guerra, Henry se guardaba otra misión en la manga, una muy personal. Se había enterado de que en aquella mansión, en alguna parte, se mantenía a buen recaudo el legendario anillo de Frastrada, que había hechizado a Carlomagno en su día, y que hasta hacía bien poco se encontraba enterrado en las catacumbas de Aquisgrán. Le había seguido la pista a aquel anillo desde que llegara a Francia, pero los nazis lo habían recuperado primero. Si el propio Hitler llegara a poseer en sus manos dicho anillo, no le harían falta ejércitos para subyugar a todas las naciones del mundo, pues su propia presencia resultaría irresistible, tal como le sucedió a Carlomagno con Frastrada.
 Sin embargo, el contraespionaje del Reich era más efectivo, y de algún modo le habían pescado. La rubia Rackham no había estado participando con él en un cortejo sincero, tan solo había estado vigilándole muy de cerca. Ese había sido el fin último de su juego de seducción, con aquellas miradas por encima de las copas que pretendían ser un coqueteo sincero. ¡Ya, claro! Henry pretendió utilizarla para que le guiara hasta el lugar en el que los nazis custodiaban el anillo, con la excusa de echarle un vistazo a aquel objeto tan curioso y legendario, pero ella le llevó a una sala llena de Sturmabteilungen y acto seguido había comenzado a gritar: “Amerikanischer spion!, Will den Ring zu stehlen! Verhaften und töten!”. 
Ahora estaba sentado en aquella salita, en íntima soledad con un bruto que se calentaba los nudillos a su costa. Desastroso, lo mejor sería volver cuanto antes a la docencia. Eso si sobrevivía, una perspectiva demasiado optimista. No se rendía fácilmente ante las circunstancias adversas, pero estaban en mitad de la Francia ocupada, en la boca del lobo, y no tenía posibilidades de escapar siquiera de aquella habitación. Bastaría con que el matón se cansase de los puñetazos y decidiese acabar la tarea con el clásico tiro en la nuca. Lo peor era que moriría sin cumplir su misión. Después de todos los apuros de los que se había salvado, tan cerca de lo que había ido a buscar.
Pero estos lamentos resultaron precipitados cuando la puerta se hundió bajo la presión de una explosión, y entró en la habitación el bueno de Mc. Hale, su compañero de correrías desde que se había aventurado en aquel submundo del espionaje. Con él, entraron tres milicianos franceses que derribaron sin problemas al matón alemán, y pudieron abandonar la mansión a punta de pistola, y alejarse amparados por la noche. Un rescate ridículamente sencillo, le pareció a Henry, teniendo en cuenta que había estado tan cerca del final.
-¿Qué harías sin mi, Jonesy?- no dejaba de repetirle Mc. Hale, orgulloso de su oportuna e intrépida intervención.
-Cállate.

Antes del amanecer, el comando partisano de Mc. Hale le condujo a un aeródromo en Saint-Jaques-de-la-Lande, donde tenían preparada una avioneta para cruzar el canal y dirigirse a Inglaterra.
-¿A Inglaterra?- pregunto Henry.
-Si, te podríamos haber dejado en Rênnes con tus amigos nazis, pero hemos recibido un cable urgente en el que se reclama tu presencia inmediata en Londres. Algo gordo, Jonesy. No te olvides de dar los códigos de aproximación cuando divises la costa británica, no querrás que te derriben confundiéndote con un  Messerschmitt.
Así, partió a los mandos de la avioneta, confiando en que algún día podría arrebatarles a los nazis el anillo de Frastrada. “Otra véz será”, pensó.


1 de Septiembre de 1943. Londres, Inglaterra.

Londres era una ciudad en guerra. Aunque sólo habían pasado dos días desde el último bombardeo, era sorprendente y de admirar la capacidad de las gentes que allí vivían para adaptarse con total normalidad a sus hábitos diarios. La gente llenaba las calles y acudía a sus trabajos. Henry había sido alojado en una pensión del centro, y al día siguiente de su llegada a la ciudad recibió una citación de manos de un mensajero. El lugar al que debía acudir era una mansión victoriana del centro de Londres. Nada más entrar se encontró con un grupo de hombres sentados en sus butacones, leyendo la prensa. Nada parecía indicar que en aquel lugar alguien esperase su llegada.




-Buenas tardes-susurró Henry con discreción, tratando de reclamar la atención de alguno. Sólo recibió como respuesta una serie de entrecortados carraspeos que le llamaban al orden, pero que no sabía como interpretar.
-Disculpen. He sido...
-Grummm...- gruñó uno de los huéspedes. Ipso-facto, sintió cómo alguien le sujetaba del brazo y le llevaba, apresuradamente y sin mediar palabra, a un estudio cuyas paredes se hallaban cubiertas de estanterías repletas de volúmenes. A Henry aquel lugar le resultó inmediatamente acogedor, a pesar de la extraña recepción. Un gramófono reproducía el séptimo movimiento de la Humoresque de Dvorak para violín. Las llamas de una enorme chimenea crepitaban invitando a repantigarse en uno de los sillones y hojear alguno de aquellos eruditos volúmenes con toda tranquilidad.
El sirviente que le condujera hasta allí salió de la sala, cerrando la puerta a sus espaldas y dejando a Henry a solas con dos hombres que ocupaban sendas butacas en el centro del estudio. Ambos eran ancianos, sobrepasando los setenta, pero su deterioro físico no imponía en sus cuerpos una imagen grotesca de vejez, sino una destacada aura de venerabilidad. Uno de ellos, el que le había dirigido la palabra, era robusto, con una frente despejada y los mofletes caídos. Dos ojos grises de mirada severa apuntaban desde lo alto de una nariz aguileña. El otro era delgado, casi como una momia. Su cráneo estaba cubierto por una fina cabellera de canas peinada hacia atrás. Entre ambos, no parecían existir rasgos comunes, pero algo en sus rostros, en la expresión, fuera de las facciones más destacadas, presentaba un símil que no podía ser casual. A Henry se le ocurrió pensar que quizás eran hermanos.
-Siento que hayamos tenido que encontrarnos así. Espero que no haya perturbado usted el esparcimiento de mis colegas en la Sala Común. -dijo el  anciano grueso a modo de presentación. -¿Es usted Henry Jones Jr.?
-Efectivamente, señor...
-Los nombres no son importantes ahora. Me gustaría poder contar con su ayuda en la resolución de un problema bastante delicado.
-En relación con la guerra, supongo.
-Evidentemente, soldado. Aunque la tarea que pensaba encomendarle no obedece exclusivamente a una cuestión militar. Es algo más concreto, es por ello que es usted la persona más indicada, a nuestro parecer –y señaló con un rápido gesto a su compañero- para llevarla a cabo.
Entonces, el anciano más delgado, que había permanecido callado hasta entonces, habló:
-Tengo entendido que su último trabajo en el continente no acabó demasiado bien.- se inclinaba hacia adelante sin mirar a Henry directamente, como si repasase con la mente algún problema a la vez que participaba de aquel diálogo.
-Un fracaso, me temo, señor.
-No pasa nada, en las guerras de toda índole existen momentos de flaqueza. Incluso el peor esgrimista sabe cuándo ha de retroceder uno o dos pasos en pleno duelo. Usted no es una persona que se desaliente por el fracaso, ¿verdad?.
-No, señor. –le respondió este.
-Da la impresión de que se siente usted capaz de derrotar únicamente con sus dos puños al Eje, pero sabe que un solo hombre no puede oponerse a esa maquinaria demente que arrasa Europa. Pero Inglaterra, bueno, only Britain soldiers on! -exclamó arrebatado de orgullo chovinista y clavando sus ojos en Henry.
-Precisamente –declaró seguidamente su grueso contertuliano, cortándole. -Se trata de Inglaterra, señor Jones. Este es un cable que nos ha sido enviado esta mañana por parte de uno de nuestros informantes en Francia.
Tras decir esto, se levantó y le ofreció a Henry un trozo de papel amarillento. En él podía leerse un escueto mensaje.

Encontrada ubicación de la espada en isla de Saint Anne. Krimilda se acerca.

-¿Krimilda? ¿La heroína de Wagner? -preguntó Henry. –Esto es realmente confuso. ¿A qué espada se refiere? ¿Es una clave?
-¿Tuvo usted un percance en Rênnes, no es así? -dijo el anciano delgado, cambiando bruscamente de tema.
Henry asintió.
-No me cabe duda de que estuvo implicada una señorita... Una alemana, por supuesto. ¿Su nombre podría ser quizás el de Gerda Rackham?
-Si, ese era su nombre. ¿Cómo puede usted saberlo?
-Porque llevamos mucho tiempo tras ella. Krimilda es el nombre en clave de Rackham. Entre espías anda el juego. Aquí, mi compañero y yo conocemos a todos los espías que se encuentran actualmente activos en Europa. Ese ha sido nuestro trabajo durante todo este conflicto. Pero eso ahora no importa... le pondré en antecedentes.
Dicho esto, sacó una pipa de su bolsillo, la cargó, y comenzó a fumar en acompañamiento de su relato:
-Antes de la guerra, un equipo de arqueólogos ingleses había hecho serias averiguaciones sobre la posible ubicación de un objeto de trascendencia vital en la Historia de Inglaterra. Emmm... estuvimos especialmente interesados en los progresos que se hacían al respecto. No podíamos dejar pasar la oportunidad de participar en un descubrimiento de tal trascendencia, teniendo además en cuenta que se trataba de un juego bastante estimulante.
<
-¿Excalibur?
-¡Así es!
-Eso no es más que una leyenda. Cuentos de hadas.
-Oh, ¿lo considera así? No puede usted ser tan escéptico He leído informes clasificados por su gobierno en los que se relatan ciertos sucesos, poco habituales... relacionados con otros artefactos míticos.
-Pero no irá usted a decir que Excalibur existe.
-Existe, señor mío. Y lo que es peor, podría acabar en manos de los alemanes. <
El anciano hizo una pausa y luego continuó:
-Es cierto que mis capacidades han gozado de excelente fama -los ojillos del viejo parecieron nublarse un momento por una especie de recuerdo- pero ya soy viejo para eso, y no estoy en situación de participar en una de esas historias tan trepidantes como las que parecen engrosar su currículo.
-No se refiere usted a mi currículo oficial.
-No, no me refiero al Profesor Jones que da clases en la Universidad Marshall, me refiero al rescatador de tesoros, o como quiera usted llamarlo. Usted también a creado su propia profesión, tal como hicimos en su día yo y mi compañero. Porque usted no es simplemente un arqueólogo.
-¿Y ustedes dos quienes son? Si puede saberse.
-Eso no importa, y ahora escuche: La espada sobre la que se fundó la legitima Monarquía Británica, señor Jones, el arma que unificó la nación más poderosa de la tierra... y tendrá que disculparme siendo que es usted americano, pero ya sabe a lo que me refiero.
-Según las sagas artúricas –dijo Henry- la espada de Arturo, Excalibur, fue depositada en el fondo de un lago en algún lugar en Inglaterra. Quizás cerca de Dover.
-Falso, nuestras pesquisas conducen a Saint Anne, y ahí es a donde se va a dirigir usted. Sólo ha de traernos la espada, no sabemos en qué condiciones permanece oculta.
Henry sopesó la situación. Al fin y al cabo aquel encargo podía no resultar un mal asunto, y bueno, fortuna y gloria podían aguardarle al final de aquel disparatado trabajo.
Parecía la consecución lógica de su búsqueda del anillo de Frastrada,  que tan mal había acabado. Enfrentarse de nuevo a Rackham, o Krimilda, podía ser una buena nueva oportunidad.
-Está bien, acepto.- decidió al fin.
-Por cierto, señor Jones.-le dijo uno de los ancianos antes de que abandonara la sala. -Ha tenido gracia que hiciera usted referencia a los cuentos de hadas antes... precisamente frau Rackham es algo así como sobrina, o sobrina nieta del célebre ilustrador Arthur Rackham. Su parentesco inglés no parecen haberse interpuesto a su lealtad para con la causa de la nación de sus padres. Estoy convencido de que, de algún modo, fueron las lecturas infantiles que hiciera de los trabajos de este lo que han terminado motivado su curiosa vocación actual.










2 de Septiembre de 1943, Saint Anne, Canal de la Mancha.

El viaje para llegar a Saint Anne fue un tanto accidentado. Con el objetivo de burlar las defensas alemanas, volaron a oscuras en plena madrugada, y debió dejarse caer en paracaídas cuando estimaron estar en el punto adecuado. Afortunadamente no hubo errores a este respecto, y tras la caída fue a parar a un terreno baldío. Aguardó allí hasta el amanecer, pues no podía orientarse de ningún modo en la noche. Con el amanecer, se distinguía en el horizonte la costa de Francia. No existían en toda la isla formaciones elevadas, pudiéndose ver el mar extendiéndose por los cuatro costados de la isla hacia el infinito.
Henry sacó el mapa que le habían proporcionado los servicios de inteligencia británicos y se abrió paso. Usó como referencia la única población que se adivinaba en la distancia, como una aldea de casas bajas rodeada de campos de cultivo y pastos para el ganado. Dedicó toda la mañana, hasta el mediodía, a la búsqueda del punto señalado en el mapa como la laguna en cuyo lecho descansaría la legendaria Excalibur.
Su padre le había dicho una vez que nunca una equis marcaba el lugar.
-Esta vez te equivocarías, papá.- susurró para sí.
Finalmente encontró el sitio, en una hondonada cubierta de espesa y retorcida vegetación. Henry se acercó a la orilla de la laguna cristalina sin saber muy bien cómo proceder a continuación.
Parecía un trabajo bien sencillo aquel, pero debía encontrar el modo. Quizás el pulmón libre fuera una opción. De ser así, habría sido la situación más ridículamente sencilla a la que se habría enfrentado yendo en pos de una reliquia. Repentinamente, oyó el grito:
-¡Deténgase, doctor Jones!- la voz tenía un marcado acento alemán. Henry volvió la cabeza hacia arriba para encontrarse con la figura de Gerda Rackham, Krimilda.
-Frau Rackham. Me alegra verla de nuevo, pero esta vez sabiendo de verdad quién es usted. Me debe un anillo.
-Indiana Jones. A mí también me alegra tenerle aquí. Será testigo del primer paso del triunfo final del Reich.
-¿De verdad espera encontrar aquí Excalibur?
-Su falta de fe es un tanto molesta. Vamos a bajar, y podrá contemplarlo con sus propios ojos.
Acto seguido se volvió a los soldados de la Wehrmacht  que la acompañaban y les gritó algo en alemán. Uno de ellos se aproximó con una bandeja ornamentada y mantel de terciopelo rojo con la esvástica dibujada en él. En ella reposaba una cajita abierta en cuyo interior, como una simple sortija de compromiso, brillaba el anillo de Frastrada. “Los nazis y su pompa ritual” pensó Jones.
Krimilda cogió el anillo y se lo ensartó en uno de los dedos. Acto seguido sumergió esa mano en el agua del lago, que comenzaron a hervir con furia y se evaporaron en una densa nube que debió verse en kilómetros a la redonda.
La espía alemana sacó su mano indemne a pesar de todo, y explicó:
-El anillo de Frastrada y la espada Excalibur fueron dos objetos originalmente forjados por los nibelungos, y que durante mucho tiempo estuvieron en manos inadecuadas para luego perderse y pervivir solo en el recuerdo de leyendas y mitologías de lo más dispares. Pero ahora, yo soy quien los ha vuelto a reunir por primera vez desde tiempos ancestrales para ponerlos al servicio de la gloria de Alemania. No podía permitir que usted interfiriera en mi cometido.
La concavidad en el terreno que antes había estado llena de agua se reveló como una construcción de bóvedas subterráneas sostenidas por columnas talladas en la roca madre. Una escalera de caracol en el centro llevaba a las profundidades de la tierra.
El batallón de soldados, con Krimilda a la cabeza, y Jones a punta de pistola, descendió la escalinata hasta encontrarse en una sala.  Allí, sobre una mesa redonda de piedra, Jones pudo acercarse a la mesa y limpiar con la manga de su cazadora el polvo acumulado en los bordes. Pudo leer una inscripción labrada en la piedra que decía:

GAUVAIN


-Esto es... es... No puede ser.
-Lo es, doctor Jones. La famosa mesa redonda del Rey Arturo y sus caballeros. <
Y diciendo esto, puso un pie sobre la mesa y se impulsó hacia arriba, hasta que anduvo por su superficie. La espada, que reposaba en el centro, comenzó a despedir un breve destello eléctrico al sentir la proximidad del anillo.
-La espada es un catalizador de la energía natural de los polos magnéticos de la Tierra.- prosiguió Krimilda. -Si aprendemos a usarla adecuadamente, podemos crear con ella un arma eléctrica capaz de arrasar ciudades o naciones enteras. No habrá oposición en el mundo al poder del Reich.
Mientras así hablaba, la espada comenzó a brillar con mayor intensidad, y la alemana la alzó sobre su cabeza en un gesto triunfal. Pero algo comenzó a ir mal cuando los destellos fueron seguidos por un rugido ensordecedor, como el trueno en una tormenta, y las paredes del recinto comenzaron a sacudirse mientras Krimilda emitía un grito agónico y su cara se crispaba presa del terror y del dolor.
Indy se abrió paso a golpes entre el caos, y consiguió abandonar la gruta por la estrecha escalera de caracol, que se hundió inmediatamente arrastrando consigo a los pocos soldados alemanes que habían estado a punto de alcanzar también la superficie.
Indiana Jones se incorporó cuando todo hubo acabado y contempló cómo se iba cerrando poco a poco la grieta que albergara el legado de Arturo y sus caballeros.


7 de Septiembre de 1943. Londres, Inglaterra.

En la sala de estar de un cómodo apartamento del West End se encontraban dialogando Indy y el anciano delgado que le encargara en su día la búsqueda de Excalibur.
-No sé qué fue lo que mató a Krimilda, después de todo.- dijo Jones depositando la taza de té, ya vacía, en la bandeja.
-Pues, seguramente, algo tan simple como una ley física. –le explicó el anciano delgado mientras afinaba un Stradivarius.- Arturo no empuñaría esa espada sin guantes si de verdad conocía su poder. Y eso sería lo que inspiraría la leyenda de la espada en la roca. El único capaz de empuñarla y esgrimirla con efectividad, el legítimo monarca de Inglaterra, resultó ser la única persona lo suficientemente perspicaz como para comprender los rudimentos y riesgos de la electricidad en una época tan oscura. Por otro lado, la espada era un objeto demasiado viejo como para soportar, después de tanto tiempo, semejante puesta en marcha como a la que fue sometida por parte de frau Rackham. En fin, al final, parece que era usted prescindible.
-Me contento con haber podido participar en una historia así.
-Una buena actitud. Pero no se preocupe, mi hermano se encargará de abonarle algún tipo de emolumento por su servicio, después de todo.
-Entonces aquel otro caballero que me encargó la misión es su hermano.
-Si, si, mi hermano. Mycroft. ¿No se había fijado?
-Percibí algo.
El anciano dejó escapar una risilla profunda que pareció devolverle años de juventud por un instante.
-¡Nunca dejará de sorprenderme la ineptitud de la gente! Parece incluso que cuanto más viejo es el mundo, más se deteriora la capacidad de observación de las personas. Pero no se ofenda, amigo mío.
-A decir verdad, lo había intuido.- se defendió Henry.
-¡La intuición!-exclamó el anciano- Nunca se fíe de la intuición. Como le decía a un viejo amigo mío, lo que cuenta es la observación y la deducción. Eso es algo elemental, querido Jones.




Fin






Referencias.
-Los personajes de Sherlock Holmes y de Indiana Jones son creaciones originales de Sir. Arthur Conan Doyle y George Lucas, respectivamente.
-El artefacto que Indy busca en la primera parte del relato es el anillo de Frastrada, una joya legendaria que habría sido usada por la princesa del mismo nombre par mantener en un cautiverio romántico a su esposo Carlomagno. Una vez muerta esta, la joya acabaría sumergida en el fondo de un lago, sobre el que acabaría alzándose la ciudad de Aquisgrán: http://proyectoarcadia.fortunecity.es/caball/carlomagno.html
-La mansión de Rênnes a la que se alude en el relato es probablemente la misma a la que, poco después de los acontecimientos aquí narrados, acude el pelotón de Reisman con la misión de volarla, hechos inmortalizados en el film “Los Doce del Patíbulo”.
-Atendiendo, por otro lado, a lo que se nos cuenta en la película “El Reino de la Calavera de Cristal”, en algún momento, después de los acontecimientos narrados en “La última Cruzada”, y durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, Indiana parece repudiar de su famoso apodo y se hace llamar por el nombre con el cual fuera bautizado: Henry Jones Junior. Puede que de algún modo los nazis conocieran de la existencia de un tal Indiana Jones, que desde 1936 se interponía en sus búsquedas de reliquias a lo largo y ancho del globo, lo cual dificultaba la labor del arqueólogo cuando le tocó actuar como espía en Berlín ya desatado el conflicto en 1939 (y con la participación estadounidense en el mismo desde 1943). Sea como sea, este es el motivo por el cual en la narración el personaje aparece referenciado como Henry, y no como Indiana, o Indy, como sería habitual.
-El compañero de aventuras de Indy durante su actividad como espía en Europa es Mc. Hale, el cual aparece en el “Reino de la Calavera de Cristal”.
-Existió Arthur Rackham ilustrador de cuentos infantiles que vivió entre 1867 y 1939, y que ha servido de inspiración para el apellido de la némesis de Indy en el relato. De hecho, entre sus ilustraciones destaca una en la que se representa la lucha final entre el Rey Arturo y Mordred que sellaría el destino final de la legendaria espada Excalibur.
-En lo que respecta a Sherlock Holmes, parece que un personaje nacido, según el denominado “canon holmesiano”, en 1854, no podría estar vivo ya a mediados del siglo XX, pero atendiendo a la detallada cronología presentada por Baring-Gould y William Stuart en el libro Sherlock Holmes de Baker Street, el personaje creado por Conan Doyle fallece el 6 de enero de 1957, a la edad de 103 años, por lo que su presencia aquí estaría más que justificada.
-Mycroft Holmes, es el hermano mayor de Sherlock Holmes. Se nos lo presenta originalmente en “El intérprete griego”, así como en “Los planos del Bruce Partington”. Asimismo es mencionado en “El problema final” y “La casa vacía”, en cuanto que presta su ayuda a Sherlock en el plan de este para fingir su propia muerte entre 1891-1894, tras su enfrentamiento con Moriarty*. Su labor en el seno del gobierno británico no es especifica, pero se sugiere como de vital importancia, quizás relacionada con el servicio secreto. Watson lo describe con un cuerpo “macizo y voluminoso” que “daba una cierta impresión de torpeza física” pero con “una cabeza de frente tan señorial, de ojos grises tan vivos y penetrantes que desde la primera mirada se olvidaba uno de la tosquedad del cuerpo y se fijaba sólo en el poderío de la mente”. Frecuenta el Club Diógenes, una institución descrita por Doyle en sus relatos, ideada para el esparcimiento de los altos funcionarios del Gobierno Británico, y en la que la regla imperativa es la absoluta prohibición de hablar en sus salones, excepto en una sala destinada a reuniones secretas. Es ahí donde Indiana Jones se encuentra con Sherlock y Mycroft. Mycroft Holmes muere en el año 1946 así que igualmente pudo haber tenido un destacado papel en el Gobierno Británico durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial.
-No he incluido al indispensable doctor Watson porque, haciendo caso a las referencias cronológicas anteriormente descritas, este personaje muere de un ataque cardíaco en 1929.
-El último diálogo entre Sherlock Holmes e Indiana Jones se desarrolla en el 221B de Baker Street, como no podía ser de otra forma.










* “The Adventure of the Bruce-Partington Plans” (The Strand Magazine, diciembre de 1908; Collier’s Weekly, 18 de diciembre de 1908); “The Greek Interpreter” (The Strand Magazine, septiembre de 1893;
Harper’s Weekly, 16 de septiembre de 1893); “The Final Problem” (The Strand Magazine, diciembre de 1893; McClure’s Magazine, diciembre de 1893); “The Adventure of the Empty House” (The Strand Magazine, octubre de 1903; Collier’s Weekly, 26 de septiembre de 1903).